Hemos visitado tantos lugares comunes sobre el valor de las lealtades inquebrantables y de la verdadera amistad que cuestionar todo esto supone, una vez más, ir a contracorriente. Sin embargo, en esta época de transición donde todo lo aprendido debe ser revisado y cuestionado, creo que también en esto hay que ir un poquito más allá. En ocasiones tenemos que soltar la mano de alguien a quien queremos mucho porque, de pronto, nos hacemos conscientes de que la energía que estamos poniendo en esa relación no sirve más que para apuntalar un edificio en ruinas, una estructura caduca y a punto de desmoronarse. A veces, con nuestra mejor intención, estamos impidiendo que otros adquieran los aprendizajes que necesitan para seguir adelante en su vida. Claro que no es una decisión fácil retirar los andamios, sobre todo cuando presientes el impacto de esta decisión en la vida del otro. Sin embargo, si asumimos que cada quien es libre de convertir su vida en un drama si así lo desea, debemos también considerar que es igualmente respetable reservarnos el derecho de no asistir como espectadoras a la función. Y si, a veces es mejor soltar, abrir nuestras manos, retirarnos para seguir sosteniendo amorosamente desde la distancia, sin comprometer ni interferir en los aprendizajes que el otro ha elegido tener, olvidarse de los “para siempre” y cambiarlos por un “ya veremos… confío en ti”, “confío en tu valor para encontrar tu camino y construir algo nuevo sobre las ruinas de lo que fuiste, de lo que ya no te sirve”…